El engaño forma parte de la vida.
Uno debe acostumbrarse a vivir malamente con él.
En determinados momentos políticos, cuando las circunstancias lo exigen se recurre a este artilugio de manera brutal, se convierte entonces en arma blanca y negra, se hace uso del engaño por intereses mezquinos, finalmente para imponer lo que los engañadores quieren hacer creer en beneficio propio o del partido. Y claro el escenario político chileno está lleno de engañadores.
Vamos a recordar algunos engaños que son graves, palabras que salieron de quien era en esos momentos la presidenta de Chile y de tantos otros que andan flotando, incluso ya en vías de extinción. Existe en la creencia popular que los presidentes y los curas no son engañadores… no dicen nunca una mentira.
Un gran engaño.
Los Legionarios de Cristo por ejemplo, predicaron por años y años insistieron hasta la afonía y por los cuatro vientos, que Marcial Marcel era la bondad en persona, un santo, que su obra era sencillamente la obra de Dios. Fundó muchos seminarios, es verdad, pero le gustaba pasearse por sus dormitorios y poder elegir a quien maltratar, a su presa, como si de un criadero se tratara. Las denuncias de los agredidos nunca fueron escuchadas porque él tenía buenos amigos en el infierno.
Era un engaño, porque sus legionarios estaban conscientes y sabían de la condición de pederasta de tan alta dignidad infernal/eclesiástica, y que en algún momento se pensó en iniciar los trámites y papeleos para… hacerlo un santo.
Otro gran engaño.
Cuando se cumplieron los 20 años del triunfo del NO (alternativa contemplada en la Constitución de las FFAA), aquella batalla del NO gloriosa, fue una gesta notable, se sumaron voluntades y rabia y dolor. Michelle Bachelet dijo en su discurso recordatorio de esa fecha en el acto en el Estadio Nacional, cuando habló de Chile, que es un país que necesita más democracia, una nueva Constitución, y más participación.
Y allí estaba el engaño. No dijo cómo se iba a concretar su propuesta. Esta es una aspiración de millones de chilenos, de eso se trata un nuevo cuerpo constitucional, un instrumento que posibilite mayor partición donde se asegure de manera concreta el ingreso de todos a la sociedad. Una cosa es caminar por las calles, comprar el periódico o buscar los precios más bajos, pero otra cosa diferente es ser ciudadano, y claro en Chile no todos son ciudadanos con sus derechos consagrados.
Michell Bachelet algunos meses después de asumir como presidenta, llegó a insinuar que no descartaba llamar a una Asamblea o Consulta Nacional. Nunca dijo cuales serían los pasos para hacerla realidad, no dio fechas ni nombró una comisión ni apareció ninguna foto ni lo que se iba a consultar o a plebiscitar. Todo fue un engaño.
Otra película engañosa.
La senadora Soledad Alvear, que no es una recién llegada a la política chilena, sonó como presidenciable incluso, fue presidenta del Partido Demócrata Cristiano. En el Congreso Ideológico de su partido en el 2007, cuando llegó el momento sagrado de cerrar aquella jornada, al leerse las conclusiones las redactaron de la siguiente manera: “los demócratas cristianos creemos que llegó la hora de dotar a Chile de una nueva Constitución y que sea la carta de navegación que le permita a Chile ser una sociedad más desarrollada, más moderna e integrada”.
El año 2007 se escuchó decir en el Congreso del Partido Socialista, orgánica en la cual militó el presidente Salvador Allende, que si durante la dictadura militar fue posible la existencia del Grupo de los 24, perfectamente en el nuevo escenario político era indispensable conformar un grupo de sabios y notables para dar pasos concretos en la necesidad histórica, y poder avanzar en la elaboración de un nuevo tratado constitucional. Puro engaño.
El tema de la indispensable nueva institucionalidad es una exigencia muy justa de la izquierda chilena y de los sectores progresistas. Y es determinante porque de un nuevo proyecto constitucional pasa el país que se requiere reconstruir, el Chile que se necesita, un país democrático, en suma país llamado para dar respuestas a las demandas de un tercer milenio, sin excluidos, sin pobres, con más oportunidades.
Cuando hace algunos años el movimiento estudiantil rompió la pasividad y salió a la calle para demostrar lo precario del sistema educativo, modelo heredado de la dictadura y que la Concertación administraba en silencio con pingues beneficios para los mercaderes, allí se chocó frontalmente con el andamiaje escrito a puño por las Fuerzas Armadas, la Constitución. Y a eso hay que sumarle también el sistema provisional, la salud publica, todos los Tratados Internacionales para proteger y defender los Derechos Humanos. Todas aquellas demandas sociales impostergables quedan en punto cero frente a una Constitución excluyente y parchada.
Más engaño. Cuando la Concertación conoció los resultados de la primera vuelta en las últimas elecciones presidenciales y al candidato Eduardo Frei sus matemáticas no le cuadraban, sacó de nuevo a relucir el tema Constitución, llegó incluso a reunirse con un grupo de chilenos demócratas que le dejaron meridianamente claro, lo fundamental para un país que necesita un nuevo tinglado constitucional. Eduardo Frei no se comprometió a llamar a una Asamblea Constituyente, dijo que consideraba necesario hacer algunos cambios… algo es algo.
Y esto es también engaño… puro y duro.
(Para ser socialista)…”primero, tener inspiración marxista. Luego, tener una posición democrática sobre la organización interna del partido, no estar adscrito a ninguna internacional. Y finalmente, entender que no es un partido de una sola clase si bien representa los intereses de los trabajadores. El problema de fondo es que no hay compatibilidad posible entre el sistema económico que permita el surgimiento de esos grandes grupos y la existencia de un régimen democrático; simplemente son incomprensibles”
Ricardo Lagos Escobar, ex Presidente de Chile. (Revista Análisis diciembre 1983).
Chile necesita una Nueva Constitución y en el pedirla no hay engaño.
Por Pablo Varas
El Ciudadano
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